La representación rota: Quitarles la sábana.

La representatividad es un criterio, una condición y un atributo fundamental de la democracia. Aún así, no hay que ser un experto para reconocer que en Argentina, la representatividad está rota. Cuántas veces hemos escuchado hablar de “crisis de representatividad” de partidos políticos, sindicatos, gremios, la Iglesia Católica, entre otras. Hay algo de fenómeno global y hay algo también de condimentos locales que ensalzan una realidad agridulce que los políticos - principalmente - se niegan a aceptar porque tal vez sean los más afectados de esta crisis: muchos,  no representan a nadie. 


Obviando hablar de definiciones y dibujando algo más personal, la representatividad remite fundamentalmente a cercanía. Uno se siente representado cuando se ve reflejado en actitudes, en el talante, en la compostura moral de quien lo represente. Cuando se encuentra en el representante algo propio, se entiende verdaderamente el fin de delegar en alguien la potestad de hablar por uno, de representar:


“¡Ah! Rodrigo es el presidente del Centro de Estudiantes, es un estudiante, como yo. Viene del interior, es federal. Sabe lo difícil que puede ser este proceso”. 


Me disculpo por el ejemplo elemental, pero seguime. Hablemos de contexto, coyuntura y Argentina. 


No somos tan especiales… El fenómeno de la crisis de representación es global. Investigaciones de todas las latitudes de mi querida Ciencia Política demuestran que los niveles de apoyo a los políticos son cada vez más bajos, que los partidos pierden cada vez más miembros y envejecen poco a poco y que, en democracias occidentales, los ciudadanos están cada vez más alienados y escépticos de las instituciones y los procesos políticos. Por supuesto que hay detrás de todo esto un entramado complejísimo de causas que se explican desde la sociología, la historia, la ciencia política, y discúlpenme si me olvido de algo más. Lo que me interesa destacar es que hay un contexto de viento en contra para representar. 


Mencionemos algo más. A lo anterior, hay que sumar que, las difusas diferenciaciones ideológicas de un mundo tan convulso, hacen que la elección de representantes a través del voto sea un proceso tan complejo, tan volátil, que cuesta trabajo definir cuáles son los criterios preponderantes exactos que tenemos a la hora de elegir representantes. Esto significa, que a diferencia de tiempos pasados, la ideología ya no es un parámetro claro en la elección. Digámoslo así: Hasta hace no mucho tiempo, el trabajador se decantaba entre peronismo o partidos de izquierda, y el burgués entre radicalismo o conservadurismo. Eso, volviendo al ejemplo, hacía que, sin conocer a Rodrigo, yo supiera que su proveniencia ideológica, al menos en términos de principios, aseguraba la cercanía. La representación se sostenía entonces a través de un ideario claro, en un partido político con claras distinciones ideológicas y con cuadros atractivos bajo ese prisma. Hoy, eso ya no funciona.


“Ah, es Rodrigo, es diputado nacional”


Juguemos un poco con el ejemplo para hablar del presente. Después de su gestión en el centro de estudiantes, Rodrigo se vinculó con un importante armador político, quien le dio la oportunidad de presentarse en una lista de su jurisdicción con buenas proyecciones electorales. Rodrigo tuvo que trabajar por posicionarse hacia adentro de su partido, fiscalizó, cooperó con su espacio, acompañó eventos partidarios, ganó peso, pero hay una cosa que Rodrigo no tuvo que hacer, que tal vez sea la más importante de todas a la hora de representar: hacerse conocer. La entrada o no de Rodrigo al Congreso estuvo determinada desde el día uno por el desempeño relativo de su fuerza política y no por sus atributos personales o cercanía con los ciudadanos de su jurisdicción. El final de esta historia, por dinámicas de nuestra ingeniería electoral, encuentra a Rodrigo ocupando una banca en el Congreso Nacional. 


En la misma situación hipotética que vengo planteando, yo me hubiera enterado por televisión de la entrada de mi ex compañero universitario al Congreso Nacional en un debate, en un plenario de comisión donde tomó la palabra para analizar no muy minuciosamente los bemoles del sistema capitalista, creo que hacer eso va en contra del reglamento, no lo sé, pero allí estaba él, representándome a mí y a mis conciudadanos. El sistema electoral cerrado y bloqueado de la lista sábana, permite a Rodrigo estar ahí como un perfecto desconocido, permite que la cercanía con la gente sea una decisión y no una obligación para ser elegido.


“¿Rodrigo?”


Hay un sistema que convive demasiado bien con la “no representación”. y eso sin mencionar un aditivo más, la distancia más incómoda que sale a la luz cuando el lazo social se tensa demasiado: la distancia económica. Digamos que soy un ciudadano argentino promedio, debería cobrar unos 200 dólares mensuales, pero a mi me va mejor, mi salario es de 500 dólares. En tal supuesto, yo pertenecería al 10% más rico de la Argentina. Rodrigo, por representarme, cobra unos 2000 dólares al mes, pertenece también al grupo de los que les va bien, y por bastante más, cobra 10 veces el salario promedio. Sobre este punto, no quiero dejar establecido cuánto debe cobrar un legislador. Lo que sí quiero es evidenciar que hay impedimentos a la cercanía, a los que se suma una brecha delicadísima, la del bolsillo. Lo que en otros tiempos separaba, incluso como ahora, a sociedades enteras, hoy hace lo propio entre el representante y el representado. Esta diferencia es de base, me separa de Rodrigo desde el día uno de su trabajo, y tal vez tenga más que ver con la (triste) realidad económica del país que con la mala fe de algunos. No echemos culpas, ensayemos respuestas.


A una coyuntura, un contexto y una realidad nacional adversas a la representación se responde con un sistema electoral de resultados a la vista. Aunque duela, cada vez es más difícil encontrar a un ciudadano de la clase media asalariada que se refleje en un legislador nacional, provincial, y que Dios nos perdone, en muchos casos, en un concejal de municipio. Está claro que otras hubiesen sido las exigencias para que Rodrigo, mi hipotético amigo, llegue al cargo de representante, si el sistema electoral, por ejemplo, aún con sus déficits, hubiese sido de representación uninominal por circunscripciones. Sus habilidades y falencias hubiesen quedado expuestas desde el arranque, pero eso es otra discusión, no menos interesante y que tendría que ser un artículo aparte.



El final que no termina... 

 Con el sistema electoral tal como está, los Rodrigos están ahí, sin mala fe en muchos casos, trabajando en distintas niveles del Estado, son diputados, son senadores, son concejales; los ciudadanos que no compartieron centro de estudiantes, sin conocerlos; yo, escribiendo esto rondando las cosas por el otro lado; y la política, funcionando como siempre, renovando Rodrigos cada dos o cuatro años. 




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